Cuando hace unos años te propuse matrimonio, era para construir NUESTRO mundo, un mundo
hermoso y rico, lleno de amor.
Nuestro mundo se deba basar en el crecimiento, el dialogo,
la complicidad y la frescura de cada momento. Esa frescura la hace el día a
día, la sencillez y la humildad de una relación basada en el respeto mutuo, un
poquito de sal y pimienta.
Lo que está claro es que me enamoré de vos y ese vos traía
todo lo tuyo. Lo tuyo es: historia, infancia, tus seres queridos. Lo físico va y
viene. Lo espiritual es lo que queda, lo que crece, lo que enriquece lo tuyo y
lo que mañana dejarás y por lo que te recordarán.
Yo también aportaba lo “mío” ¿y sabes qué? Lo mío también es
historia, amigos, familia. Cada uno de los momentos vividos y de las personas
que me han rodeado y rodean han enriquecido mi vida y me han ayudado a ser la
persona de la que te enamoraste.
Cuando unimos lo “tuyo” y lo “mío” pasamos a formar lo “nuestro”. Lo nuestro está
bendecido por los hijos que cada día nos dan fuerza y aliento para seguir
adelante. Ese nuestro me encantaría que suene como las campanas de navidad,
como las olas del mar, y que lo “nuestro” sea como una noche de fuegos de
artificios lleno de brillo, ruido y colores. Que todo el mundo se entere que
queremos ser felices.-
Pero nada de esto, a mi entender, es posible si no
respetamos lo tuyo y lo mío y todo lo que compone ese bagaje histórico con el
que hemos crecido.